Wiken,  El Mercurio, santiago 8 noviembre, 1996

LA HISTORIA DE AMOR DEL ROCKERO Y LA BAILARINA

Sara Nieto y Luciano Lago se conocieron de  niños. Pololearon unos meses y se separaron. El reencuentro fue nueve años  después. Se casaron, tuvieron dos hijos y se vinieron a Santiago.

El es Jefe de Abonos del Teatro Municipal, y  ella, la única Prima Ballerina Estrella de Sudamérica, después de 16 años de  carrera en Chile, se retira de los escenarios. La función de despedida será el  próximo lunes 11.

Pudo ser en cualquier minuto, pero un verano de  comienzos de los setenta abrió el fuego. Uruguay-como casi todo el mundo –  todavía enloquecía con Las Beatles, y las melenas y las flores que animaron el  París de 1968 también estaban plantadas en Montevideo y Santiago.

En Malvin, un sector de Montevideo, la familia  de Luciano Lago era famosa. Eran los dueños de la panadería, del cine y de un  hotel. De todo el barrio, en definitiva. Ellos eran famosos. La bailarina Sara  Nieto era una anécdota en todo esto, pero una anécdota que causaba comentarios.  Nadie en la playa podía sustraerse a sus ojos, su pelo y su cuerpo. Entonces se  corrió la voz: La Sara y Luciano, la Sara y Luciano…

“¿Qué les pasa?, decía yo. Si somos amigos de  toda la vida”; cuenta Sara.

Tenían doce o trece cada uno cuando se vieron  por primera vez. Vivían a la vuelta de la esquina. Unos días después de esa  primera vez, ya estaban de novios(pololeo en Uruguay).

– El fue mi primer pololo. Pero eso duró poco.  Dos meses. No, tres meses.

– Yo volví luego de docenas de pololos  efectivos, puntualiza Luciano.

– Nos juntamos nueve años después y nos  casamos.

– Pero nos veíamos siempre; por ahí Ella era  admiradora de mi grupo de rock. Se llamaba Los Golfos y llegamos hasta grabar.

– Yo odiaba tu grupo de rock, Luciano. Hasta en  mi casa se escuchaba cuando ensayaban. Yo quería escuchar mis cosas, mis discos.  Era un desastre.

– Los Golfos éramos cuatro. En esa época tenía  que ser igual que Los Beatles. Yo tocaba piano, batería y cantaba.

– Tiene buen oído, pero no puede cantar. Si él  abre la boca, sonó el disco, sonó todo.

Luciano dice que al momento del reencuentro, lo de la bailarina , no le  importaba nada. Lo que más le gustó fue la inteligencia y el sentido del humor,  y no necesariamente en ese orden.

Pero para que nadie se ofenda, el enamorado cambia de giro de inmediato y ahora  se vuelca al mundo interior

– Y además toda esa riqueza espiritual  que tiene… Y sensibilidad con todo.  Cuando empezamos con el intercambio de libros, me pasaba Proust. Imágináte. Yo  no llegaba más allá de Bécquer (Gustavo Adolfo).

Se veían cuando iban a trabajar y a estudiar, medio dormidos en los buses tipo  siete de la mañana. Hablaban de lo que vivía, de los pololos.

– Los dos estábamos a punto de casarnos.

– Con otros, claro.

– Lo que es bueno porque teníamos compradas muchas cosas

– Eh!, Luciano, no digas esas cosas.

– Pero si es cierto. Además vos tenías  las sábanas bordadas y las tuviste que  desbordar (risas)

– Nos reencontramos en una playa a cien kilómetros de Montevideo. Íbamos por la  calle, vos te paraste y me dijiste: Qué buena estás.

– Mi tono poético, de tanto leer a Bécquer… Te voy a llamar, le dije.

– Y lo hizo. Si adivinás quien habla, te ganás un viaje a Las Bahamas.

– Y ella no adivinaba. Me decía Francisco, Carlos…. Y me daba como siete nombres  distintos.

– Es que yo estaba esperando otros llamados.

– Y continuado con mi inspiración poética, le dije: Tengo dos entradas para  invitarte al Holliday on lce. Un espectáculo cultural.

– Fue lo más parecido al  ballet que Luciano encontró.

El matrimonio fue pronto. Un año y medio después. Sara y Luciano lo apuraron un poco  porque la mamá de Sara enfermó de cáncer.

– Aceleramos un poco las cosas para que me viera casada con su Lucianito.

El gusto de Luciano por el ballet fue posterior. El sabía que ella bailaba, pero nada  más. Fue con los besos que comenzó una rutina de ir a verla a todas las  funciones. Pero le costó entrar porque era un chico de otro ambiente.

– A él le costó entender esa dedicación total. Las mujeres que había conocido  antes eran estudiantes o trabajadoras, y lo único que querían era tener tiempo  libre.

– Yo me ponía celoso de la profesión.

– No celoso. Es que no podías entender..

– De a poco empecé a pensar en su carrera, en que todos me decían que ella era  única, que tenía que interesarme. A los dos años de casados, tuvimos la primera  hija, Leticia (hoy estudiante de Arquitectura, sigue la carrera de su abuelo  materno).

– El fue mi primer pololo. Pero eso duró poco.  Dos meses. No, tres meses.

– Yo volví luego de docenas de pololos  efectivos, puntualiza Luciano.

– Nos juntamos nueve años después y nos  casamos.

– Pero nos veíamos siempre; por ahí Ella era  admiradora de mi grupo de rock. Se llamaba Los Golfos y llegamos hasta grabar.

– Yo odiaba tu grupo de rock, Luciano. Hasta en  mi casa se escuchaba cuando ensayaban. Yo quería escuchar mis cosas, mis discos.  Era un desastre.

– Los Golfos éramos cuatro. En esa época tenía  que ser igual que Los Beatles. Yo tocaba piano, batería y cantaba.

– Tiene buen oído, pero no puede cantar. Si él  abre la boca, sonó el disco, sonó todo.

Luciano dice que al momento del reencuentro, lo de la bailarina , no le  importaba nada. Lo que más le gustó fue la inteligencia y el sentido del humor,  y no necesariamente en ese orden.

Pero para que nadie se ofenda, el enamorado cambia de giro de inmediato y ahora  se vuelca al mundo interior

– Y además toda esa riqueza espiritual  que tiene… Y sensibilidad con todo.  Cuando empezamos con el intercambio de libros, me pasaba Proust. Imágináte. Yo  no llegaba más allá de Bécquer (Gustavo Adolfo).

Se veían cuando iban a trabajar y a estudiar, medio dormidos en los buses tipo  siete de la mañana. Hablaban de lo que vivía, de los pololos.

– Los dos estábamos a punto de casarnos.

– Con otros, claro.

– Lo que es bueno porque teníamos compradas muchas cosas

– Eh!, Luciano, no digas esas cosas.

– Pero si es cierto. Además vos tenías  las sábanas bordadas y las tuviste que  desbordar (risas)

– Nos reencontramos en una playa a cien kilómetros de Montevideo. Íbamos por la  calle, vos te paraste y me dijiste: Qué buena estás.

– Mi tono poético, de tanto leer a Bécquer… Te voy a llamar, le dije.

– Y lo hizo. Si adivinás quien habla, te ganás un viaje a Las Bahamas.

– Y ella no adivinaba. Me decía Francisco, Carlos…. Y me daba como siete nombres  distintos.

– Es que yo estaba esperando otros llamados.

– Y continuado con mi inspiración poética, le dije: Tengo dos entradas para  invitarte al Holliday on lce. Un espectáculo cultural.

– Fue lo más parecido al  ballet que Luciano encontró.

El matrimonio fue pronto. Un año y medio después. Sara y Luciano lo apuraron un poco  porque la mamá de Sara enfermó de cáncer.

– Aceleramos un poco las cosas para que me viera casada con su Lucianito.

El gusto de Luciano por el ballet fue posterior. El sabía que ella bailaba, pero nada  más. Fue con los besos que comenzó una rutina de ir a verla a todas las  funciones. Pero le costó entrar porque era un chico de otro ambiente.

– A él le costó entender esa dedicación total. Las mujeres que había conocido  antes eran estudiantes o trabajadoras, y lo único que querían era tener tiempo  libre.

– Yo me ponía celoso de la profesión.

– No celoso. Es que no podías entender..

– De a poco empecé a pensar en su carrera, en que todos me decían que ella era  única, que tenía que interesarme. A los dos años de casados, tuvimos la primera  hija, Leticia (hoy estudiante de Arquitectura, sigue la carrera de su abuelo  materno).

EL PRINCIPE Y EL CISNE

– He bailado todo lo que más me gusta.  No he dejado nada en el tintero. Yo no  hablo de Giselle o cosas así, pero si no hubiera podido hacer “La Fierecilla  Domada” me hubiera sentido mal. Del futuro, no sé. No sé qué es lo que va a  venir. Espero Mucho.

– ¿Se sintieron en algún momento parte  de un grupo social chileno?

– No, si encontraron un sitio entre algún grupo de chilenos.

Ella (Tajante) No. (Pausa) Yo no he hecho un círculo de amistades fuera del  Teatro. Luciano sí tiene más conocidos.

El: En Uruguay sí tenemos muchos amigos.

Ella: Yo no sé por qué pasó esto, pero acá nunca me di el tiempo. Bueno, con la  persona que soy muy amiga es con Berthica Prieto.

El: ¿De clase, hablás?

– Cuando nos casamos él no era así, dicce Sara divertida. Me engañó. Y me echa la  culpa de que lo engordo.

De Ana Karenina, de Julieta, Giselle, Aurora, Odette u Odile, los amores  escénicos de Sara han sido escuálidos o fornidos. Todos, seguro, de muchas horas  en los estudios de ballet, con dieta incluida por supuesto. En casa, en cambio,  su príncipe es gordito: “El gordito que se corra?”, le gritó un fotógrafo que  quería obtener una imagen de Sara.

– A mi me encanta inventar en la  cocina.

– Y no sabía cocinar cuando se casó conmigo.

– ¿Qué exagerado! Mirá que eras capaz de comer cualquier cosa. Lo único que me  decía es: Mi mamá lo hace diferente. ¿Por qué no le preguntás a mi mamá cómo  se hace?

– Cuando no cocinaba, estaba cosiendo ropa de los chicos.

-Yo creo que al comienzo Luciano tenía un poco de miedo con esto del baile. Vos querías una esposa, Luciano, y estabas loco por tener hijos. Debió pensar que yo no quería tener  niños ni cuidar familia. Y todo lo contrario, los dos queríamos lo mismo. Cuando  uno quiere hacer las cosas, las puede hacer.

PAS DE DEUX

Comenzó por estudiar la teoría, la historia del ballet. Y se dio cuenta de que  lo suyo, lo de Luciano, era secundario.

– No secundario, Luciano. Es que lo mío era más vocación que todo lo que tú podías hacer. Para  mí lo más elogiable de Luciano es que aceptó que la  persona que tenía más vocación de los dos era yo. En vez de ponerse celoso, se  puso a estudiar, a apoyarme. Y fue eso lo que me hizo a mí: sin eso yo no sería  quien soy.

Luciano Lago seguro va a estar  inubicable en la última función de Sara. Será muy difícil para mi?. Es que será  ésta también su última función.

– En Uruguay teníamos un club de novios en el ballet. Éramos unos 10 o 12 los  pololos de las bailarinas, que íbamos a todas las funciones. Creíamos que  sabíamos más que nadie y las criticábamos como expertos. Después el club se fue  transformando en el de los maridos.

– El siempre fue a todas las funciones..

– Eso acá no ocurre. Los chilenos son diferentes.

– Yo no sé si con mis nuevas actividades voy a pasar más tiempo en casa. Pero  Luciano seguro no irá todos los días de función al teatro.

Y tampoco tendrá que cambiarse otra vez de país. Como ocurrió hace 16 años,  cuando decidieron venirse a Chile porque en el Municipal necesitaban gente. Años  antes, el Teatro Sodre de Uruguay se había quemado y los artistas quedaron  huérfanos de casa y sin perspectivas. Luciano tenía dos perfumerías y la familia  estaba establecida. Ya había llegado Leonardo también, el segundo hijo, que hoy  estudia pintura tras un paso por el teatro.

 con seguro  médico. Hacía sólo un año que estábamos en Chile. Bueno, él tenía su empleo fijo  acá, había estado viajando. Vivíamos de mi sueldo, que nos daba para vivir. En  el momento que yo tuve que pagar la operación, el Teatro me prestó la plata y  después la devolvimos mes a mes. Y entonces en esos nueve meses nos tuvimos que  racionar. No se podías gastar más que 100 pesos por día. Yo hacía malabarismos  con la comida. Los chicos tenían que alimentarse. Fueron a una escuela pública  también. Pero no lo pasamos tan mal.

PASION CHILE

Pero la pasión Chile se desató al ver Sara la sala que la acogía.

– Hacía nueve años que se había quemado mi teatro adorado y aquí encontraba al  fin otro. En el escenario, además, estaba la espectacular escenografía para “La  Gioconda”. Todo era increíble. Mi primera vez aquí fue como la Reina de las  Wilis en “Giselle”, con Eva Evdokimova y Alexander Godunov. Fue muy excitante  para mi.

– Si no es por la decisión de Luciano,  no me vengo. Tenía a los niños  chiquititos, 4 y 6 años. Imagínate, venir a un lugar sin familia, sin conocidos  y sin conocer a nadie ni a la compañía. Todo era incierto. Como faltaban tres  meses para que terminara el año (1980), vinimos, pero sólo por ese tiempo para  ver qué pasaba.

Fue así como se cerró el primer círculo en torno a la vida de Sara y al ballet  chileno. En 1970, Patricio Bunster había ido al Sodre a buscar bailarines  varones para el Ballet Nacional y a dar clases a las que Sara por supuesto fue.  Bunster le consiguió una invitación para que viniera a Santiago a unas clases  que iba a dar un ruso(“si fueras hombre te llevo al tiro para la compañía). Sara  tenía todo listo para venir, pero el día antes en Uruguay le dijeron que no  porque la necesitaban para hacer “La Fille Mal Gardée”

Hoy Prima Ballerina Estrella, un título que pocas pueden ostentar en el mundo,  16 años de trabajo en Uruguay, preceden los 16 años de su trabajo en Chile. Una  carrera que ha tenido a los Lago Nieto divididos en dos patrias.

– Es difícil-, dice Sara. A mí Chile me dio muchísimo. La parte más brillante de  mi trabajo fue acá. Pero en Uruguay aprendí todo. Tuve el inicio de mi carrera,  fui súper feliz, de no ser por todo eso no estaría acá. Es difícil de explicar.  Por supuesto que mi país me tira mucho más, me siento más uruguaya que chilena,  pero también en parte soy chilena.

– Las casas en Uruguay se mantienen, las vacaciones allá son sagradas, agrega  Luciano.

– No hay nada que hacer. El aire, el ambiente, los amigos. Vos llegás allá y te  dan ganas de quedarte. Para lo que estamos haciendo, necesitamos vivir acá; todo  funciona bien acá para nosotros. Durante estos 16 años casi no he compartido con  mi país y por suerte ahora se me da la oportunidad de devolverles un poco lo que  me dieron al principio. Todos estos años me sentí culpable por haber dejado  Uruguay.

Aquí no todas las cosas fueron fáciles. Especialmente al comienzo.,

-Un año de pobreza, recuerda Sara. Claro que no era una pobreza total; hay gente  que no tiene ni qué comer.Vos te acordás Luciano. Calculamos lo que podíamos  gastar: el litro de leche salía 12 pesos.

– Lo que pasa es que ella se lastimó y  yo justo vendí, mal vendí un negocio y el  otro ya andaba mal. La operación costó cinco mil dólares de aquella época.

– Fue el tendón lo que tuvimos que operar. Aquella vez no estábamos con seguro  médico. Hacía sólo un año que estábamos en Chile. Bueno, él tenía su empleo fijo  acá, había estado viajando. Vivíamos de mi sueldo, que nos daba para vivir. En  el momento que yo tuve que pagar la operación, el Teatro me prestó la plata y  después la devolvimos mes a mes. Y entonces en esos nueve meses nos tuvimos que  racionar. No se podías gastar más que 100 pesos por día. Yo hacía malabarismos  con la comida. Los chicos tenían que alimentarse. Fueron a una escuela pública  también. Pero no lo pasamos tan mal.

TIEMPOS DIFICILES

– ¿Se sintieron en algún momento parte  de un grupo social chileno?

– No, si encontraron un sitio entre algún grupo de chilenos.

Ella (Tajante) No. (Pausa) Yo no he hecho un círculo de amistades fuera del  Teatro. Luciano sí tiene más conocidos.

El: En Uruguay sí tenemos muchos amigos.

Ella: Yo no sé por qué pasó esto, pero acá nunca me di el tiempo. Bueno, con la  persona que soy muy amiga es con Berthica Prieto.

El: ¿De clase, hablás?

– Cuando nos casamos él no era así, dicce Sara divertida. Me engañó. Y me echa la  culpa de que lo engordo.

De Ana Karenina, de Julieta, Giselle, Aurora, Odette u Odile, los amores  escénicos de Sara han sido escuálidos o fornidos. Todos, seguro, de muchas horas  en los estudios de ballet, con dieta incluida por supuesto. En casa, en cambio,  su príncipe es gordito: “El gordito que se corra?”, le gritó un fotógrafo que  quería obtener una imagen de Sara.

– A mi me encanta inventar en la  cocina.

– Y no sabía cocinar cuando se casó conmigo.

– ¿Qué exagerado! Mirá que eras capaz de comer cualquier cosa. Lo único que me  decía es: Mi mamá lo hace diferente. ¿Por qué no le preguntás a mi mamá cómo  se hace?

– Cuando no cocinaba, estaba cosiendo ropa de los chicos.

-Yo creo que al comienzo Luciano tenía un poco de miedo con esto del baile. Vos querías una esposa, Luciano, y estabas loco por tener hijos. Debió pensar que yo no quería tener  niños ni cuidar familia. Y todo lo contrario, los dos queríamos lo mismo. Cuando  uno quiere hacer las cosas, las puede hacer.

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