“Giselle” ofreció una velada de ensueño.

Lunes 1 Junio 2015 Carlos Reyes

Antes del estreno de esta nueva versión de Giselle que ofrece el Ballet Nacional Sodre, que tuvo lugar el viernes último, se comentó y hasta discutió un poco en qué medida la coreografía del espectáculo pertenecía o no a Sara Nieto.

De hecho, la propia artista uruguaya, radicada en Chile e invitada una vez más por el BNS, le dijo a El País que prácticamente el trabajo coreográfico no era de ella, dado que a los clásicos no se los puede ni debe tocar. Sin embargo, una vez visto el hermoso estreno, con la sala mayor del Auditorio Nacional Adela Reta funcionando en toda su plenitud, se puede afirmar que sí, que la coreografía es de ella, puesto que le supo imprimir su mano, respetando, claro, la idea original de la histórica escenificación.

La artista uruguaya estuvo presente también en escena, interpretando el rol de La Madre, y a sus 66 años demostró que conserva la gracia y figura como para estar sobre un escenario, rodeada de chicos jóvenes, en un rol que si bien no le exige mucho en materia de danza, sí en el terreno actoral, dentro de los códigos del género. Algunas escenas de Nieto junto a María Noel Riccetto (una vez más, la gran figura de la noche), expresaron el carácter trágico requerido, además de toda la carga simbólica que tiene que dos primeras figuras de dos generaciones bien separadas, compartan un espectáculo de este nivel. Nieto hizo, lógicamente, mucho más que su papel de madre sufriente. Como coreógrafa limpió la puesta, la llenó de frescura, y trabajó sobre el cuerpo de baile para darle más estilo y ajustar bien todas las líneas coreográficas. En las escenas grupales (que este título tiene muchas y sumamente disfrutables), los bailarines actuaron mucho más alineados que en otras ocasiones.

Más allá de sus dos actos, Giselle tiene dos partes, que claramente dividen la pieza. En todo el primer tramo del primer acto predomina el tono bucólico, que dota a la obra de la ingenuidad típica de este tipo de ballet romántico. Pero en cuanto, en el tramo final de ese primer acto, se desencadena la tragedia de la protagonista, el tono cambia abruptamente, desencadenándose una serie de escenas dramáticas, que el acto segundo acentúa. Y ese segundo registro, cargado de intensidad, se prestó para que Riccetto desplegara todo un potencial dramático, actoral, que echa por tierra los comentarios que a veces se han hecho sobre su frialdad como bailarina.

A su vez las pautas coreográficas de la locura y muerte de la protagonista, fueron marcadas con tanta sensibilidad como creatividad: el momento de la muerte, tan difícil de representar sobre un escenario, estuvo resuelto con asombrosa maestría.

El final del primer acto dejó preparado al público para un segundo acto onírico, de ensueño, fantasmagórico. Y aunque la comparación quizá sea injusta, ese segundo acto supera ampliamente al primero. La segunda parte exhibió a Riccetto en un papel ideal para ella, que encarnó con vigor, emoción, precisión y gran sentido humano. Lógicamente que las demás primeras figuras la acompañaron con mucho nivel, cosa que el público reconoció con sus aplausos. Una pena que Ciro Tamayo no estuvo en el estreno en el rol de Albrecht, puesto que quizá se hubiese alcanzado un nivel estético aun más alto, por la dupla que el bailarín malagueño conforma con Riccetto.

Una alegría contar también con la orquesta en vivo, en este caso la municipal, que desde la batuta de Martín García recorrió con soltura y sutilezas los muchos climas que la partitura propone, desde los festivos y triunfales hasta los más tensos y dramáticos.

Tanto en escenografía como en vestuario (todo hecho en los talleres del Sodre) la compañía volvió a lucir todo por lo alto. Quizá algunas piezas de la escenografía entraron demasiado en el escenario, achicando el campo de acción de los bailarines para los cuadros más numerosos. Pero más allá de eso, el vestuario fue muy cuidado y la escenografía del segundo acto, acompañada por las luces, ayudaron y mucho al asombro que causa el conjunto.

No obstante se le podría pedir más aun a los rubros técnicos del BNS. Si se piensa que un siglo atrás, Picasso, Dufy y Derain, colaboraban con los grandes montajes de ballet en París, se puede esperar una estética para las puestas del ballet oficial que ofrezcan más.

No faltan (tampoco sobran) artistas plásticos de talento por estas latitudes, que puedan arrimar bocetos a los activos talleres del Sodre.

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