Adiós en Uruguay

EL MERCURIO
Santiago, 7 de diciembre de 1996

por Ramón Mérica, desde Uruguay

Adiós en Uruguay

La despedida montevideana de Sara Nieto el domingo recién pasado.

La etnia, el sentido de la étnico, no existe porque sí. El 11 de noviembre cuando Sara Nieto decidió colgar sus zapatillas en Santiago, y para, siempre, el clima del Municipal era de congoja y de alegría. Congoja porque no se le vería bailar nunca más; alegría porque esa noche en ese barroco templo ecléctico-historicista que fue su reino durante dieciséis años, la única Prima Ballerina Estrella de Latinoamérica entregada escorzos de lo que fue una carrera balletística única en el continente. se escucharon congojas en el entreacto -pese a los devaneos del champagne- pero también hubo reflexiones inteligentes sobre la inteligente reflexión de la gran danzarina de retirarse en su esplendor: “quiero que me recuerden con todas mis fuerzas, no como una viejita que se arrastra sobre el escenario’. No todos estaban de acuerdo: “había Sara Nieto para varios años más”.

El 1 de diciembre de 1996 fue el día elegido por la nieto para su retiro montevideano. Era lo que correspondía. El Teatro Solís (1856), apenas un año mayor que el Municipal (1857) esplendía más que nunca, y también sus terciopelos carmesí, sus arañas, sus espejos, memoraban lo que había sido la soirée santiaguina. y aquí viene lo de la etnia, porque flotaba en el gran teatro montevideano menos tristeza que en Santiago, y ello por varias razones: la cultura del pacífico es más intimista, más serena que la cintura del atlántico, más extrovertida, más expansiva, más latina. y otra razón de peso es el hecho que los montevideanos, de alguna manera recuperaban a Sara aunque fuera por algunos días al mes, ya que ha sido designada por el Ministerio de Cultura Directora de la Escuela Nacional de Danza, lo que provocaba algunas sonrisas de alivio.

Después de una primera parte donde bailó con los alumnos de la escuela (una demostración más de su calidad personal aún fuera de escena) el pas de deux de “La Bella Durmiente” con el excelente cubano Rolando Candia como partenaire, después de un entreacto en el que se notaba la ansiedad de las últimas piruetas del segundo acto de “Giselle”, también con Candia, el telón no dejó de subir y bajar, infinitas veces.

Fue entonces que empezaron los homenajes, tan inusuales como lo fueran en Santiago. los alumnos de danza, los técnicos del teatro, viejas compañeras del ballet, fueron pasando uno a uno entregándole- como en el municipal una flor, a veces un ramo. Y entonces se hizo presente el Ministerio de Cultura, con una medalla de aporte a la cultura, el Ministerio de Relaciones Exteriores con la medalla de aporte a la Integración chileno-uruguaya. La historia no terminó allí: el Intendente de Montevideo, arquitecto Mariano Arana, la condecoró como Ciudadana Ilustre, hasta que llegó un momento tan emocionante como inesperado: el Presidente de la República, Dr. Julio María Sanguinetti y su esposa escalaron el escenario, donde ya no cabía una flor más, y luego de los abrazos y saludos de rigor, le entregaron un cuadro, un dibujo de Sara bailando hace muchos años realizado por Eduardo Vernazza.

En un gesto de gran espontaneidad, y viendo que los brazos de la estrella ya no podían sostener más flores, el Presidente se agachó y le puso el cuadro a sus pies. Ella agradeció con una reverencia digna de la Pavlova.

La hora de los relojes muertos

Una hora más tarde – sería la medianoche – la Nieto fue una ovacionada una vez más cuando atravesó las puertas del foyer del Solís donde la esperaban champagne, amigos caviar y muchas emociones. Sin tules ni plumas, lucía esplendorosa en su traje negro de encaje con bordados de paillettes. “yo no sé cómo está mujer está tan fresca, parece que no le pasara nada, con todo lo que le pasó y está pasando. no se puede soportar tanta, emoción de una sola vez”, se asombraba el pianista Horacio Iraola, vicepresidente de la Asociación de Amigos del Ballet, institución organizadora absoluta de toda la gala. lo que ese señor no sabía es que para Sara la noche no terminaba allí: en una mansarda montevideana de un viejo y entrañable amigo la esperaban las ensaladas y las tartas y los helados por los que delira porque esa noche – ya madrugada – no existían los relojes: existían los amigos, las burbujas en las copas, el tintineo de los brindis, las presencias entrañables de su cuñada Ana María Ríos y de su hermano Fernando Nieto (`menos mal’, que es cardiólogo, por si a Sara le pasa algo con tanta emoción”, bromeó alguien) y la, mirada, siempre atenta, embelesada, amorosa, de su marido Luciano Lago, con quién dentro de poco cumplirá un cuarto de sigo de matrimonio.

Cuando la rojiza, luz del amanecer se iba apoderando de Montevideo, se la vio enfilar hacia un bolso del que extrajo un par de zapatillas. “son las últimas que usé en mi vida, las de Giselle de esta noche, y son para ti”. Me hubiera gustado quedármelas, por lo que significan, pero quiero que estén en mi país donde empezó todo y de donde me despedí definitivamente y en esta casa”

Los cisnes, aunque bellos y distantes, también pueden ser muy generosos.

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